sábado, 2 de enero de 2010

Y cada vez que se mira al espejo...




Ocho y media de la mañana. Los primeros rayos del sol del día lo despertaron acariciando con brusquedad sus ojos tapados por los párpados, obligándole a levantarse. El dolor de cabeza era más que suficiente para que dijese “he empezado mal el día”, y así era. La resaca de la noche pasada era más que notable. Se levantó del mugriento suelo de parqué del malo y miró las botellas tiradas a lo largo del piso, así como los restos de comida y ropa sesgada por todos lados. Con un fuerte bufido, se abrió paso entre aquel desastre, mientras sus botas apartaban botellas y comida desperdiciada, y entró en el baño. Al menos aquella parte de la casa se había salvado; nadie había entrado en ella, para su fortuna. Se miró al espejo y observó los moratones de su cara, junto a los tres cortes de su frente. La pelea no había tenido buen resultado para ninguna de las dos partes, y menos para la otra. ¿Que era un necio? Eso estaba por ver aún. Con un algodón y el bote de alcohol, se desinfectó los cortes, emitiendo un quejido, para después reincorporarse de nuevo. Se miró en el espejo otra vez.

¿Dónde estaban aquellos que se hacían llamar “amigos” tiempo atrás? Se habían marchado. Como todos, lo habían dejado abandonado, tirado, como a un perro callejero sin mayor valía que estar ahí para ocupar espacio. Salió del baño y arreó una patada a una botella de vodka, estrellándola contra una pared y rompiéndola mientras la pintura blanca de dicha pared se resquebrajaba y caía. Suspiró.

¿Por qué se sentía así de mal? Había logrado su objetivo, había abandonado el nido, se había marchado y asentado, vivía solo, alejado de todo aquello que antaño le hacía daño, pero, ¿por qué diablos siempre tenía que meterse en una ratonera para entrar en otra? Nada le iba bien, y menos desde que marchó, tal vez el hecho de haberse ido hubiese sido un gran error, tal vez más grande que ningún otro que hubiese cometido en toda su vida. Avanzó hasta el salón, ya iluminado por los rayos del sol y se tumbó, mientras empezaba a escuchar el bullicio del exterior de la ciudad madrileña. Se tapó los oídos con un cojín como pudo, aunque resultase inútil. Sólo dos pisos lo separaba del suelo, y los camiones tenían una bocina tan potente que la cabeza parecía que le fuese a estallar a lo grande. Y de repente, una melodía estridente le llegó a los oídos. Su condenado móvil. “Mask of Sanity”, la canción más potente de Children of Bodom… ¿Por qué diablos tenía que tenerla como tono de llamada? Miró el número de llamada, mientras se apartaba el pelo rubio y descolgaba.

-¿Sí?-Preguntó, sabiendo lo que le iban a pedir. Otra vez…

-Lo necesito.

-¿Lo de siempre?-La rutina. Como de costumbre, la rutina. Lo necesitaban para cosas, pero nunca podía necesitar él a nadie, porque nadie lo socorrería, jamás. Nunca lo harían, es algo que tenía claro desde muchos años atrás: En el mundo exterior nadie ayuda a nadie, sólo los necios lo hacen.

-Sí.-La voz se correspondía a la de una mujer de su edad. La odiaba, ya sólo por el tono de soberbia que tenían sus palabras, pero debía hacerlo.-Debo de dar caña al cuerpo.

-¿En tu piso otra vez?-Preguntó, con voz queda. Le daba igual, él se daba el gustazo y se beneficiaba de un cuerpo decente, pero su dignidad… Un momento, ¿tenía dignidad…?-El mío está hecho polvo.

-Sí. Y no te olvides, de esta vuelta, tráete la guitarra. Tengo un negocio que seguramente te interese.

-No voy a tocar otra vez en un bareto del tres al cuarto…-Dijo, cerrando los ojos con un fuerte suspiro.

-Por lo bajo había que empezar. De todos modos, tal vez te interese…

-Está bien, está bien…-Suspiró, colgando la llamada y levantándose. Cogió la guitarra eléctrica, una ESP de la serie F-250, desde luego una pieza nada despreciable, y la metió en la funda, disponiéndose a salir por la puerta.

Otro día más, en su infierno personal... Pero debía hacerlo. Porque su único amigo era el rock.