lunes, 23 de noviembre de 2009

El cantar del duelista

Cantar del duelista que ha amado

De un andar orgulloso
a un caminar vergonzoso,
su compañía al andar lo alentaba
mas la pérdida el orgullo le arrebataba

El duelista seguro de su habilidad estaba...
Por ello, a su amada guardaba
bajo su espada de férreo acero
su corazón ella le entregaba.

Lágrimas de sangre el guerrero derramó
tras la amarga pérdida de su amor
con gran arte su espada blandia
mas no pudo evitar su afligida pérdida

La visión de su cabello albarado
el recuerdo del tacto de su cuerpo
la evocación del decir de sus labios "te quiero"...
Como afiladas dagas se le clavaban

Tal furia el duelista guardaba
que sus enemigos a su paso se apartaban
sus ojos, antes hermosos,
ahora son pozos de sangrientos vacíos

Su corazón ennegrecido estaba
buscando el poder para recuperar a su amada
mas el guerrero en sus posibilidades no lo hallaba
pues lo llamaban el Doliente
cuya pérdida lo mataba.

Así pues disfrutad
de este amargo cantar..
Pues es la historia del único duelista
que llegó a amar...

domingo, 15 de noviembre de 2009

Despechadas




Palabras en el olvido. Nunca vuelven, siempre se marchan una vez abres tu bocaza para decir cualquier cosa, y no hay forma de hacerlas volver, de corregir el terrible error que has cometido, de retirar todo lo dicho.

De igual modo, vuelan como flechas y nunca vuelven, así como las oportunidades perdidas; las desaprovechas, siempre dices “no me hace falta, ya vendrá otra mejor”; pero al cabo de unos escasos segundos te arrepientes, diciendo “¿Y si la hubiese aprovechado…?” como un bobo, un necio al que le arrebataron la razón en el momento de nacer, o como dirían hace dos cientos años, con mucha mayor sabiduría que la que hay ahora: “No eres parte de los ilustrados.” Y aún yéndote a dormir, te quedas tumbado sobre el colchón, mirando al vacío del oscuro techo que te cobija de la intemperie, dejando una mano sobre tu estómago, como si protegieses algo, aunque no tengas nada qué proteger ya que has sido tan inteligente como para rechazarlo.

Eres irracional, como todo ser humano.

Pero hay una fina raya entre la irracionalidad y la estupidez.

domingo, 1 de noviembre de 2009

Venganza.





Se agachó y cogió un puñado de hojas del suelo, caídas por el otoño que con tanta delicadeza desnudaba los árboles hasta despojarles de su vestidura de hojas, en primavera; verdes y frescas, aunque en otoño marrones y marchitas. Los rayos del sol otoñal que empezaban a presagiar el crepúsculo acariciaban la tez del semielfo, y aunque la luz pasaba perfectamente entre los árboles, las ráfagas de aquel leve viento no hacían sino agrietarle los labios por el frío que traían, justo antes de que el invierno cayese sobre la región de Ilmora.

Se llevó la hojarasca a la nariz y oliéndola, detecto el rastro que tantas semanas llevaba siguiendo, mientras un pequeño cachorro de lobo se paseaba por su alrededor, con absoluta confianza con el explorador, frotándole la greba metálica que le protegía la espinilla con su lomo albino, dando pequeños aullidos para llamar la atención del montaraz. Efectivamente, el olor de las hojas correspondía al de aquellos bandidos. Bajó la mano hacia el cachorro y le tendió la hojarasca, mientras éste la olisqueaba y luego daba unos pequeños saltos de afirmación, cabeceando hacia el interior del bosque. Thralldor suspiró mientras se levantaba y sonreía, cogiendo del pellejo del cuello a su simpático compañero de viaje y lo dejaba dentro de una amplia bolsa la cual colgaba de uno de los numerosos pliegues de su raída capa verde primaveral. El pequeño lobo se revolvió dentro de la bolsa, dando pequeños gruñidos mientras se acurrucaba y entraba en calor, a la par que el semielfo descolgaba su espadón de su espalda. Viejo y oxidado, el enorme mandoble estaba maltratado por los años que su hoja ha visto pasar, y los severos golpes a los que se vio sometido, hicieron mella en su antaño, afilado filo. La capa ondeó en cuanto sacó el arma de Shondakul de su vaina, y el pequeño lobo se quejó, por el brusco movimiento con un pequeño gruñido apenas perceptible.

Comenzó a caminar, con cuidado de no pisar ninguna de las raíces que sobresalían por el suelo, y menos de dar un traspié con alguna, mientras las mallas tintineaban entre ellas y las placas chirriaban. Colocó su espadón encima de su hombro, entre dos púas del metal que empleaba como último recurso si lo desarmaban y necesitaba derribar a alguien, también oxidadas y prácticamente rotas por el descuidado trato que recibieron desde que Thralldor la poseía. Aunque la armadura le pesaba un mundo, el montaraz se movía con infinita soltura por el bosque, como si se tratase de su propia casa, aunque no lo hubiese pisado nunca en su vida. El crepúsculo tiñó de rojo y naranja las profundidades del bosque, y a medida que iba avanzando por la espesura, el sol se ocultaba cada vez más, hasta que daba paso a la oscuridad de la noche, bajo el amparo de la luna. El sueño le azotaba, y sin embargo, no se paró a dormir. Tenía a aquellos malditos bandidos a un tiro de piedra, y no iba a permitir que se le escapasen de nuevo, no después de tantos meses de persecución, y aún menos después de lo que le hicieron a aquel santuario de Shondakul al que había llamado “Hogar” años atrás.

Su mente atormentada aún evocaba los recuerdos de aquel escalofriante paraje; la pequeña arboleda quemada, los cofres con las escasas posesiones de los montaraces saqueados, mientras los guardianes de éstos estaban empalados, clavados en una estaca en el suelo terroso de la arboleda, con su sangre desparramada por el suelo y la expresión del puro Horror grabada en su cara, las mujeres, todas tiradas por el suelo, cuyas ropas de esparto y materiales a cada cual más pobre rotas, arrancadas de un único tirón, con mil y más cortes en sus delicados cuerpos y sobre su piel pálida a medio descomponer, violadas varias veces con espadas, pues de su entrepierna emanaba semejante cantidad de sangre, que hasta el ojo más inexperto sabía que aquello no era producto de una violación simple y corriente, sino el fruto de las cuchilladas de un arma cortante por dentro, y a las niñas se les aplicaba la misma regla. Los animales que solían acompañar a los montaraces a sus misiones estaban tumbados junto a sus dueños, con claras marcas de mordiscos en sus costados, e incluso algunos desmembrados, dejando ver el interior de sus miembros, con la sangre seca alrededor de ellos. ¿Qué clase de monstruo podría haberles hecho eso? No podían ser simples bandidos, eran… Desalmados. Seres desalmados. Sacudió la cabeza, mientras terminaba de subir el pequeño montecito y se agazapaba debajo de unos helechos , entrecerrando los ojos para ver mejor. El chillido de un halcón le sacó de su trance, dejándolo desconcertado y haciendo que se levantase, lanzando un rápido y fuerte golpe hacia delante que cortando una rama, terminó clavándose en el tronco del árbol.

-Dichosos halcones… Con los lobos no pasa esto.-Se dijo para sí, en voz alta mientras trataba por todos los medios de arrancar su arma del grueso tronco del roble. Una vez logró, tras no poco esfuerzo, sacar el filo, continuó su camino, volviendo a dejar su espadón al hombro entre las púas de la hombrera y continuó su camino, mientras la luna terminaba bañando con su luz plateada el bosque, a la par que un lobo aullaba en la lejanía, llamando a su manada para comenzar la caza. El pequeño lobo albino se removió dentro de la bolsa, dando pequeños aullidos como si quisiese responderle, aunque sabía que si lo hacía, condenaría a muerte a su compañero y amigo Thralldor. A medida que iba caminando, algunos pequeños animales se apartaban a su paso haciendo mover la hierba, temerosos de lo que el montaraz pudiese hacerles, pensando que se trataría de algún cazador, o de algo peor incluso. Aunque había algo más. Algo a su espalda se había movido a una velocidad pasmosa, y el ritmo de los pasos no se correspondía a ningún lobo, pues eran demasiado pesados, aunque demasiado ligeros como para ser un oso o un trasgo. Suspiró, poniendo el arma en alto y continuando su avance, fue divisando poco a poco el campamento de los bandidos, con numerosas figuras alrededor de una pequeña hoguera, mientras sus carcajadas inundaban los alrededores del bosque, comentando su última incursión. Las tiendas estaban hechas de lona blanca, sin lugar a dudas resistente, y apenas podrían contener en su interior cinco o seis bandidos muy, muy apretados entre sí. Sin embargo, aquel campamento estaba perfectamente montado, como si no fuesen bandidos normales, sino estrategas recién salidos del ejército.

El semielfo clavó su arma en el suelo y cogió a su pequeño y simpático compañero por el pellejo del cuello, entre las quejas de éste, y lo dejó en el suelo, para luego susurrarle con cariño, amistoso:

-Agazápate por aquí, no tardaré nada en volver, ¿De acuerdo?-El pequeño lobo ladeó su cabecita peluda, pegando las orejas a su cráneo, sin comprender bien lo que el montaraz quería decirle, aunque aún así, asintió y se dirigió al pie de un árbol, pegándose todo lo que podía a éste, evitando ser visto a pesar de su clarísimo pelaje blanco mientras se limpiaba sus patitas a lametones, como hacía la inmensa mayor parte de los miembros de su raza. El semielfo se levantó de nuevo y giró su mirada de nuevo hacia el campamento, arrancando el espadón del suelo, mientras sus pasos sonaban como los de la propia muerte, a la par que sus ojos empezaban a destellar ira en estado puro, odio, alimentando su corazón atormentado, soñando con degollar a esos malvados que tanto mal hicieron en su hogar.

A medida que avanzaba, sus pasos se fueron haciendo mucho más lentos, hasta el extremo de prácticamente no oírse en la lejanía. Se agachó, ocultándose sobre unos matojos y cogió su arco, descruzándolo de su hombro y extrajo tres flechas del carcaj que colgaba tras su espalda. Clavó dos en la hojarasca, mientras sus ojos verdes escudriñaban el campamento. Aquellos malhechores no deberían de ser un problema, apenas serían tres o cuatro haciendo la guardia, y no estaban precisamente sobrios, pues se tambaleaban de un lado para otro y reían sin motivo, mientras que sus miradas no se mantenían en un punto fijo como deberían de estar. Tres barriles de cerveza destapados alrededor de la hoguera revelaban la causa del porqué estaban en tan lamentable estado, y sobre todo, el porqué sólo habían cuatro guardias; pues el resto estarían dormidos. Cargó la flecha en el arco, mientras murmuraba para sí maldiciones y juramentos en élfico, mientras su respiración se tornaba agitada, enfurecido y ansioso de cobrar la venganza; de pagar la sangre con la sangre.

Tensó el arco. Sólo debía de soltar la flecha y acabaría con todo… ¿Pero debería de hacerlo o no se convertiría en mejor escoria que la que eran ellos? Se mantuvo así varios segundos, agazapado y camuflado entre los helechos, sosteniendo la flecha entre dos dedos y con el arco en alto. Sólo mover esos dedos… Y cobraría una pequeña parte de su venganza. Cerró los ojos, recordando la matanza en la que su gemelo había pasado a mejor vida, y luego los cadáveres de sus compañeros y de la elfa que tan bien lo había atendido años atrás, cuando lo acogieron en su seno cuando no tenía a dónde ir. No. Debía de hacerlo. Por ellos y su memoria, debía hacerlo. Sin embargo, un pequeño ruido de nuevo, el de unos rapidísimos pasos le hicieron salir de sus pensamientos, haciendo que su arco se destensase y sin lanzar la flecha. Se dio la vuelta, sin hacer gran estruendo y rezando porque los guardias no le descubriesen, pues aunque estaban borrachos, no le convenía pelear contra más de uno a la vez. Una sombra, delgada y estilizada se erguía ante él, de ropajes holgados y sin embargo, con una movilidad asombrosa. Armado con dos sencillas dagas curvadas en cada mano, miró al montaraz con unos ojos oscuros como la oscuridad en la que estaban sumidos ambos, inquisitivo y a la vez, mordaz. Ambos mantenieron una lucha de miradas, pensando qué hacer, por aquel fortuíto encuentro. Thralldor, acabó preguntando primero, en apenas un susurro.

-¿Eres uno de ellos?-El hombre negó, mientras daba dos pasos sigiloso, escurridizo como una verdadera serpiente, agazapándose a su lado.

-Al contrario. Espero que tú tampoco lo seas.-Respondió en un susurro, mientras jugaba con sus dagas. Cuando el anillo de la luz de la hoguera iluminó el rostro del hombre, Thralldor pudo ver un claro tono pálido en su piel, revelando sus dos orejas picudas que lo delataban como miembro de la raza élfica.-Sino, estaremos en un problema.-Respondió en un susurro mientras una de las múltiples carcajadas de los guardias se dejaba oír.

-No. Es más, si fuese uno de ellos, creo que tendrían un traidor entre sus filas.-Susurró de nuevo con sarcasmo a la par que se giraba.-Voy a cargármelos, uno a uno, van a ver que…-Su sarta de amenazas se vio interrumpida por un golpe en su espalda, proveniente de una de las manos del elfo, el cual chasqueaba la lengua:

-Tranquilidad… ¿No crees que sería mayor humillación para ellos caer en una trampa y que los cazasen?

-No. Seré yo quien los mate, por mis compañeros, ellos los asesinaron, violaron a las mujeres y… y…-Su discursió fue interrumpido por un bufido de ira, producto de la impaciencia, mientras el elfo parecía divertirse viendo cómo despotricaba contra los malvados ladrones. Finalmente, le dio otro golpecito en la espalda, intentando tranquilizarlo:

-Tranquilo fiera. Creéme, a veces la humillación es la mejor panacea.-Su carácter despreocupado hacía que el semielfo desconfiase, le parecía… Casi hipócrita. Thralldor bufó y dejó el arco en el suelo, recogiendo su espadón de nuevo por el mango. Cedió. No supo porqué, pero cedió. Tal vez esa fuese su venganza, no debía de pagar la sangre con la sangre, pues no se convertiría en mejor escoria que aquellos forajidos. No, les humillaría, pero no les arrebataría la vida. La naturaleza, o quien los encontrase primero, haría el resto.

-Está bien… ¿Qué debemos de hacer?

-Es muy sencillo… ¿Ves lo ebrios que están? Dame cinco minutos, cuatro trampas para ciervos y ya verás… Hermosa decoración para este campamento.

-¿Porqué debería de fiarme de ti?-Preguntó, después de la respuesta del pícaro, cambiando radicalmente.

-Porque digamos que si un ladrón roba a otro no tiene perdón.

-¿Qué?-La respuesta dejó al joven semielfo desconcertado, aunque no le dio tiempo a más interrogatorio: El elfo ya estaba dando brincos, escalando los robles, atando cuerdas a una velocidad pasmosa, mientras las dejaba con un sigilo extremadamente trabajado en el suelo, haciendo lazos, como si fuese todo un experto en la materia. Thralldor no podía salir de su asombro ¿Cómo era posible que un elfo que acababa de conocer se ofreciese a ayudarle a acabar con unos bandidos que seguramente ni siquiera le hayan hecho nada? ¿O tal vez sí? Al cabo de cinco minutos exactos, volvió al lado del montaraz, agazapándose.

-Bien, ahora llega tu parte…-Rió por lo bajo, como si no lo creyese capaz de eso.-Desde arriba he podido contar a los bandidos en total, son cuatro guardias, dos que duermen en esa tienda de ahí.-Señaló la tienda de la izquierda, las más pequeñas.-Y dos más… No he podido distinguirlos bien, pero uno llevaba una armadura tremenda, y ya sabes… Tela con esos trastos… Aunque la tuya anda un poco…-Thralldor lo interrumpió, apremiándole.

-Al grano, deja mi armadura en paz…

-Ah sí, sí… La cosa es que, mientras yo me cuelo en el campamento y dejo a los dos que están durmiendo inutilizados, tú atrae a los guardias a las cuerdas… Sabrás desarmarlas y evitarlas, ¿verdad?

-¿Por quién me tomas?-Preguntó, ofendido por semejante pregunta. No llevaba años viviendo en los caminos para sólo saber asestar tres golpes con una espada y usar cuatro tretas barriobajeras. No, él era mucho más que eso. Tras apenasu nos susurros ininteligibles, el elfo saltó del matorral, camuflándose entre las sombras mientras corría, huyendo de las miradas de los ebrios guardianes. Thralldor, envainando el espadón, cogió el arco y se levantó, cargando una flecha. Exclamó, llevado por su ímpetu por cobrar su venganza:

-¡Eh! ¡Aquí!-Dos de los guardias se giraron hacia él, mientras hacían que sus espadas se tambaleasen, salieron corriendo, mientras las prendas de cuero les dificultaban ligeramente su movilidad, y las calaveras que llevaban a modo de hombreras se caían cómicamente. Thralldor disparó la flecha, yerrando a propósito, sólo para enfurecerles. Ambos se tiraron hacia un lado, y luego aumentaron su velocidad, aunque corrían haciendo claras eses, producto de la fuerte borrachera. Thralldor echó a correr, dando primero unos simples pasos atrás y luego girándose, yendo algo más despacio que ellos a propósito. Se colocó tras una de las trampas, quedándose quieto, esperando al más rápido de los dos, un humano apenas una cabeza más alto que Thralldor, armado con una espada larga deslustrada por el cruel uso que se le ha dado a lo largo de su existencia. Pisó la trampa. Con un berrido de sorpresa, el hombre soltó la espada, clavándose ésta en el suelo y siendo él colgado por un pie, mientras mascullaba por lo alto, a pleno pulmón:

-¡Malditos seais! ¡Vais a sufrir la furiargl!-Su acento Ilmoriano mezclado con la borrachera, le hacía realmente, un verdadero payaso. El otro guardia, un enano con más amplitud de hombros que alto, vestido de igual manera, aunque portador de un hacha de no mucho mejor calibre, le pisaba los talones, mientras gritaba sandeces en su idioma, posiblemente intentando provocar al guerrero. Thralldor se dirigió a la siguiente trampa, mientras se colocaba tras ésta, sonriendo con evidente sarcasmo. El enano, también picó como un tonto. Con otro rugido, el enano quedó colgando de sus pies, mientras un monton de monedas de cobre y plata caían de sus bolsillos, tintineando en el suelo lleno de hojarasca. Repitió la misma operación con los otros dos guardias, un semielfo y un pequeño mediano, ambos cayendo de la misma manera que sus compañeros de armas. Thralldor no pudo evitar soltar una carcajada por lo sumamente fácil que le fue engañarlos, recordándose a sí mismo que no debía de jactarse de su desgracia, pues podía haber sido también él quien hubiese caído en sus ingeniosas trampas. Estirándose, el montaraz se dirigió hacia el centro del campamento, con una sonrisa triunfal en sus labios, mientras el elfo salía de la tienda palmeándose las manos, como si se limpiase el polvo, arrastrando tras de sí una pesadísima saca que sonaba a metal. Thralldor carraspeó, mirando la saca que arrastraba, cruzándose de brazos.

-El que roba a un ladrón no tiene perdón.-Dijo, mientras daba pequeños toques en el suelo con el pie.

-Pero aún así cada uno tiene su redención, ¿No?-Preguntó jovial.-¿O es que acaso tienes algún escrúpulo en robarles cosas que no les va a servir de más?

-No, pero…

-¡Entonces todos contentos!-Exclamó, mientras dejaba la saca en el suelo, con una sonrisa de oreja a oreja, casi cortante. Abrió la saca, mientras sacaba las piezas de una armadura hecha de acero puro, con un tabardo de Shondakul ensangrentado.

-Creo que esto es de algún montaraz… ¡Oye, si es igual que el tuyo!

-Lo sé… Ya te explicaré de quién es.-Suspiró, mientras cogía algunas de las placas.-Supongo que es hora de sustituír esta armadura…

-Sí, porque he visto cucarachas que defenderían más.

-¡Calla, anda!-Repuso el semielfo, molesto por la afirmación respecto a su armadura.-¿Había algo más interesante ahí dentro?-Preguntó, mientras se cambiaba las placas más fundamentales y en peor estado, dejándolas en el lugar de la armadura.

-Pues… Armas. Mandobles, algún que otro claymore… Ballestas también…-Respondió, enumerando mientras contaba con los dedos, pensativo mientras sus ojos grises vigilaban tras Thralldor y Thralldor a su vez tras el ladrón, alerta a posibles ataques. El montaraz, una vez se hubo cambiado las piezas de la armadura, entró en la tienda, mientras miraba a los dos bandidos amordazados y atados de pies y manos que luchaban por liberarse en el suelo, casi con satisfacción. No conocía a ese ladrón, pero estaba siendo de real utilidad. ¿Porqué estaría haciendo eso? Cogió uno de los múltiples claymore que había tirados a lo largo del suelo de la tienda, unos sobre otros y dejó su oxidado espadón sobre ellos, casi complacido por haber logrado renovar su equipo, aunque una pequeña vocecita dentro de su cabeza le dijese “no debiste hacerlo, Thrall.”

-Ah, oye, ¿cómo debería de llamarte?-Preguntó una voz desde fuera, correspondiente a la del elfo.

-Me suelen llamar Thralldor.-Respondió el montaraz, mientras salía de la tienda, mientras su compañero registraba los barriles, curioseando sobre su contenido.-¿A ti cómo debería de llamarte?-El elfo rió por lo bajo, moviendo el cuello en círculos.

-Llámame “serpiente”-Respondió, mientras lanzaba los kukris arriba y abajo y los cogía por el mango.-Supongo que debería de decir “Un placer” ¿No?-Su sonrisa no se desvanecía de su rostro, era de lo más desconcertante.

-Sí, supongo que yo debería de decir lo mismo.-Ambos se encogieron de hombros, mientras miraban a su alrededor de nuevo, mientras los lobos se llamaban los unos a los otros con aullidos y las lechuzas volaban de rama en rama. Repentinamente, escucharon un par de risas. Guturales, histéricas, prácticamente infernales, y finalmente, una nube de humo se hizo aparecer, junto a dos personas delante de ellos. Al principio con el humo no se distinguía más que unas vagas siluetas, la de un claro guerrero, pues su armadura era grande y las placas revelaban su fuerza, y la otra, de alguien bastante más… Flaco. Tal vez débil. A medida que el humo se disipaba, una mueca entre furia y horror se mostró en la cara de Serpiente, mientras una mirada de desconcierto cruzaba los ojos de Thralldor.

El primero, el guerrero, iba ataviado con una pesadísima armadura negra, con fortísimas placas como el azabache por doquier, adornadas con toques plateados y de un extraño color violeta mezclado con el blanco, con el símbolo de cyric en su pecho. Un mandoble serrado, un flambergue tal vez estaba colgado a su espalda, negro también, a excepción del final de la empuñadura, el pomo de la espada, que era una calavera hecha de pura plata, y su mirada era fiera, casi agresiva. El guerrero, era exactamente igual que Thralldor, aunque sus ojos eran rojos, y su mirada vacía, como la de un títere.

-Vaya, vaya, hermanito…-A Thralldor se le quedó helada la sangre al escuchar esas palabras, y esa voz tan sumamente familiar, aunque vacía de sentimiento.

-No puede ser…-Masculló, mirando a su hermano, entre desconcertado y decepcionado, al ver los símbolos de su armadura.-¿He…Herm…Ano?-El guerrero oscuro sonrió, para finalmente reírse

-Sí, sí, sí… Ahora vendrán tus palabras de reencuentro y blablabla… ¡Ahora bien! ¿Sigues sirviendo a ese necio de Shondakul? Vaya, qué decepción… ¿Sabes el poder que Cyric me ha dado? ¿Tienes la más remota idea… De lo que es estár más allá de la muerte y de todo lo mortal? No, claro… Eres un… Títere de un dios.-A Thralldor no le salían las palabras, y no lograba salir de su asombro al escuchar a su gemelo hablar así. Por su parte, Serpiente no hacía sino mirar a su rival con lo que parecía casi furia; un hombre de pelo largo y castaño, mirada vacía, casi podría decirse con cierto deje de locura y una sonrisa ida, los miraba con desprecio, por encima del hombro. Sus ropajes eran negros y ajustados a su cuerpo; hechos de cuero puro, y su arsenal, muy completo.

-Vaya…Volvemos a encontrarnos… Y sigues siendo tan débil como siempre.-Ambos se rieron a coro, cruzados de brazos.

-Venga ya, Kerian… ¿Esperabas algo acaso de unos ineptos?-Preguntó el guerrero oscuro, mientras seguía cruzado de brazos, mirándolos con sus ojos vacíos y arrogantes.

-No, la verdad…-Una ligera sonrisa de locura cruzó su cara, mientras metía las manos dentro de los pliegues de su gabardina negra, extrayendo unos pequeños cuchillos arrojadizos, lanzándolos al aire una y otra vez y recogiéndolos por el filo.-Sabéis qué… Me sorprende que hayáis podido… Acabar con nuestros hombres así de fácil, la verdad… Me esperaba que muriéseis como cochinillos en un matadero.-Ambos compañeros apretaron los dientes, mientras la mirada desconcertada de Thralldor se transformaba en una iracunda, prácticamente rebosante de odio hacia su hermano. ¡Así que él también fue artífice de la muerte de todos aquellos montaraces y de la elfa!-Bueno…-Prosiguió.-Supongo que tendremos que terminar nosotros el trabajo, como es lógico… O no, bueno… Dejémosles… Serán nuestros juguetes.-En una risa histérica, el hombre comenzó a mover los brazos hacia un lado y hacia otro, dando unos pequeños saltos y se desvaneció entre las sombras, mientras Serpiente se tiraba encima de él, aunque se dio de bruces contra el suelo en cuanto el hombre se desvaneció. Thralldor, por su parte, con un rugido de ira, desenvaino su nuevo arma, mucho más grande que la anterior, con un filo mucho más afilado y ya apta para la lucha, mientras su capa ondeaba con violencia. Por su parte, su gemelo, desenvainó su espada serrada con absoluta calma, como si todo aquello le resbalase como una gota de lluvia sobre un cristal. El valeroso montaraz se lanzó encima del guardia negro, lanzando un airado golpe en picado hacia él, aunque éste se limitó a levanta r su espada, desviando el golpe, mientras las chispas saltaban con violencia. Se rió.

-¡Debilucho! ¡No tienes idea del poder que me confiere mi señor Cyric!-El montaraz, con un rugido de rabia, lo empujó con su pie hacia atrás, mientras ambos se enzarzaban en un baile de mandobles, esquivándose mutuamente y parando las arremetidas del uno y del otro, durante lo que a ambos les parecían horas, mientras que Kerian y Serpiente se enzarzaban en un maquiavélico juego del escondite por parte del loco danzarín sombrío, quien desaparecía y aparecía entre las sombras, bailando y riéndose como un psicópata. El ladrón no hacía sino lanzarle todo su arsenal arrojadizo cada vez que lo veía, yerrando a cada tiro, pues el bandido era demasiado ágil y rápido para él.

Los minutos fueron pasando, y esos minutos se convirtieron en horas. Thralldor ya tenía los músculos flaqueando, aunque su gemelo no parecía debilitarse por mucho tiempo que pasase; era una máquina imparable, y Serpiente también parecía estar flaqueando, mientras que su oponente no hacía más que asestarle golpes en los lugares que más duelen, sin usar sus armas, limitándose a golpearle con toda su fuerza, incapacitándolo mientras el ladrón se doblaba sobre sí mismo incapaz de aguantar el dolor, aunque pudiese esquivar una buena parte de los golpes del danzarín. Thralldor, en cambio, ya no daba atacado, pues sus brazos no respondían, sino que se limitaba a defenderse de las acometidas de su gemelo, poniendo su espada por el medio y saltando como podía, mientras se tambaleaba del cansancio. El sol ya empezaba a despuntar por el Oeste, aunque la pelea continuaba, mientras los dos guerreros ya estaban cayendo ante el poderío de los dos bandidos. Sin embargo, Serpiente logró clavarle sus kukris a Kerian incontables veces, aunque sin apenas resultado. Finalmente, el danzarín sombrío, con un ágil salto, derribó al ladrón con una fuerte patada en el pecho, dejándolo tumbado sin mayor esfuerzo. Thralldor, por su parte, resistía las arremetidas de su hermano como podía, hasta que finalmente éste, con un fortísimo golpe lateral de su espada, lo desarmó, tirando su espada al suelo, varios metros lejos de él. Con dos golpes del serrado filo, desgarró la carne de los hombros del montaraz, mientras éste gritaba presa del dolor, y la sangre empezaba a encharcar el metal de la pulida armadura, y el suelo. El corte había sido demasiado hondo.

-Ahora… Ya sabes cuánto poder tengo… “Hermanito”-Dijo con retranca, antes de propinarle la patada en el pecho que haría que el montaraz cayese al suelo como un tronco, con sus hombros chorreando sangre, empapando la tierra alrededor de él.

-Maldita sea…-Maldijo Kerian, mientras agarraba al guerrero oscuro por un hombro y ambos desaparecían, tal y como habían aparecido de golpe y porrazo.-Lo hemos perdido todo.

-Pero los derrotamos.-El resto, no fue mucho más que un murmullo que el aire terminó por llevarse con él, dejando a ambos luchadores sobre el suelo, derrotados pero a la vez triunfantes.

Ambos perdieron la noción del tiempo. Thralldor se despertó con un pequeño ladrido a su lado y el tacto húmedo de una lengua lamiéndole en la cara y a la vez unos empujones sobre un brazo. Abrió los ojos lentamente, mientras notaba de nuevo el punzante dolor de las heridas de los hombros y soltó un gemido del dolor, tal vez un gruñido fuerte. Vio al elfo y luego a su pequeño lobo blanco encima de él, mientras éste último intentaba reanimarle con pequeños lametones en su cara, dando pequeños bramidos de preocupación.

Ambos, iban a compartir una senda: La venganza.