viernes, 6 de febrero de 2009

Es hora de vivir.

Cinco y media de la mañana. Te despiertas empapado en sudor, congelado, destapado, temblando y muerto de miedo, y si no lloras es porque eres demasiado orgulloso como para ello y sientes la gran necesidad de tragarte tus lágrimas. Estas pesadillas que te van persiguiendo desde meses atrás no te dan tregua ni una noche, y cada vez van a peor, te empiezas a sentir abatido y cansado, sin ganas de seguir viviendo esa mentira a la que la gente llama “vida” y terminas por tragarte tus propios lamentos, ya que sabes de sobra que eso no sirve para absolutamente nada de nada… Y tienes la imperiosa necesidad de librarte de esas pesadillas. No recuerdas absolutamente nada de lo que sueñas, pero sí sabes que te despiertas tal y como he citado hace unas pocas líneas.

Te sientas al borde de la cama, poniendo tus temblantes y congeladas manos encima de los húmedos ojos durante unos breves y eternos instantes. Suspiras y vuelves a suspirar, desesperado, buscando consuelo en ti mismo, pero no logras encontrarlo, ya que ese sentimiento que tanto te atormenta no tiene cura interior, sino que sólo te la puede brindar alguien de fuera, ajeno a ti. Después de tragarte tus propios sollozos y calmarte, te pasas las manos por el pelo, autoacariciándote para tranquilizarte más… Pero no surte efecto, sino que sólo te recuerdas lo negado que resultas, lo sólo que te encuentras, lo inútil que has sido desde que tienes memoria…

Te vuelves a tumbar en la cama y piensas en lo desgraciado que resultas, autocompadeciéndote, abrazándote a ti mismo, de manera patética e inútil. Pasan treinta minutos, son las seis. Media hora lamentándote… Y todavía no has podido darte ni una mortecina chispa de esperanza para tu dolido y desgarrado corazón... Pero te da tiempo a pensar. ¿Por qué vives? ¿Acaso entristecerte te va a ayudar? ¿Acaso no sabes que tienes amigos, aunque lejos, están ahí? ¿Acaso no sabes que hay gente que te quiere a pesar de que estés en el quinto pino? ¿Acaso no estás amando a alguien y sobrevives gracias al recuerdo de su efigie? ¿Acaso esa persona no es tu amiga y deseas con toda tu maldita alma, volver a verla?

Cierras los puños con fuerza y aprietas los dientes, hasta que finalmente, sonríes y te levantas, a las seis y cuarto de la mañana, decidido a abordar todo lo que se te venga encima, a comerte el mundo, a machacar los obstáculos.

Es hora de la verdad.

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