lunes, 26 de abril de 2010

Ansiada libertad...





Tal vez ese era el momento más duro del día para él, pero a la vez el más dulce. Tumbado, en su lecho con la persiana abierta y la luz de la dulce luna tiñendo su cara de su color plateado. El enorme disco argénteo brillaba en sus ojos grandes y verdes y lo incitaban a tirarse por la ventana de su cuarto esperando poder salir corriendo, libre y a su antojo, por el monte adelante como los lobos, tal y como lo hacían sus antepasados siglos y siglos atrás, quería sentirse libre, dejar que sus piernas corriesen a su antojo, liberar sus brazos y poder correr, explorar el mundo hasta caer extenuado.

Cerró los ojos momentáneamente y el corazón latió con fuerza. Se vio a sí mismo, convertido en un imponente lobo negro con las fauces cerradas y grandes, cuyo color amarillento no hacía sino imponer más y más miedo. Sus ojos eran grandes y verdes; y estaban abiertos al mundo… Y ya no estaba en esa maldita habitación, ese condenado habitáculo que lo retenía, sino al frente de una manada de lobos, liderándolos en pos de su supervivencia en medio del bosque.

Era… Libre. En su sueño era libre. Y feliz.

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