miércoles, 28 de abril de 2010

Quien roba a un ladrón no tiene perdón


Era un día lluvioso y nublado, el sol no atravesaba las nubes en absoluto y el frío calaba hasta los huesos. En un pequeño apartamento de Bilbao; a cinco metros de altura en un edificio gris como el mismo cielo que cubría la ciudad española aquel día comenzó a sonar el teléfono entre el alboroto de la ciudad, con su sonido chirriante, monótono y alarmante. Ella, lo cogió.

-¿Dígame?-Su voz era dulce y melodiosa, tierna y demostraba su faceta mas dulce desde la primera hasta la última palabra. Las piernas de aquella chiquilla eran largas y sinuosas, su pelo moreno e infestado de mechas rojas. Afable y con una sonrisa imborrable en su cara de porcelana mostraba sus dientecillos blancos y perfectamente alineados mientras la voz poderosa, profunda y grave de él se apoderaba del auricular del teléfono a la vez que su sonrisa se transformaba en una pequeña mueca de desconcierto. Aquella voz le era familiar. Pero no la oía desde hacía años.

-Vaya, vaya. ¿Qué tal?-No podía ser la de él, no podía. Él nunca le hablaba con rencor ni enfado y aún menos con ese tono de locura que su voz anunciaba. Algo le dijo que estaba siendo observada y aunque se echó atrás, observó la ventana que daba a la calle sin coches a aquellas tempranas horas de la mañana. A la puerta de un pequeño callejón tapada por un cubo de basura verde de los que solían estar marcados como los hechos para los residuos orgánicos estaba erguida una figura embozada en una gabardina negra con lo que parecía un teléfono móvil en la mano. Alzó la mirada hasta su apartamento, dejando que su pelo largo cayese sobre su pecho fuerte y clavó sus ojos verdes sobre la ventana en la que estaba ella. Su rostro había cambiado; ya no era lampiño, sino que la barba rubia sustituyó su cara inmaculada acompañada de una infinidad de cicatrices. Estaba muy distinto; los años no le habían sentado para nada bien.

-Espera, espera… ¿Quién eres tú?-Tragó saliva, mientras se llevaba una mano al pecho con una atenazante angustia. Él sonrió dejando ver su amarga alegría ante la pregunta que tan irónicamente, esperaba recibir. Ella era una mentirosa, y él un loco por amor.

-Oh… Sabes muy bien quién soy yo. Dijiste que no me olvidarías, ¿recuerdas? ¿O te has olvidado ya de cuántas balas encajó mi cuerpo? ¿O te has olvidado de cuántos murieron por ti, dama fortuna?-Ella cayó de rodillas, mientras unas lágrimas de cristal se empezaban a formar en sus ojos y sollozaba al teléfono; histérica.

-¡No, no puede ser! ¡No puedes ser él!

-Sí, sí, mi amor… Soy yo. Pensabas que no te encontraría, ¿verdad?-Rió de nuevo histéricamente, dejándola consumirse en su amargura y el miedo que sentía ante aquel asesino capturado y olvidado por su corazón años atrás.

-No hagas nada…

-Lo haré. Quedaste con tu “Afortunado”, ese estúpido vasco dentro de media hora, ¿verdad? Pues hablemos de suertes.-Él colgó tras un “¡No, por favor!” de ella y se metió por el callejón saltando el contenedor.

Ella se levantó a toda prisa y sin molestarse en arreglarse ya, cogió su abrigo marrón del perchero saliendo a toda prisa del pequeño apartamento y se dirigió a donde había quedado con su afortunado. El terreno era resbaladizo, y cayó más de una vez embarrándose ante todas las miradas de la gente que comenzaba con su vida diaria, pero no se detuvo; debía detener a aquel asesino. Años atrás él la había salvado, la había salvado de aquellos que la perseguían y retuvieron en una fábrica abandonada tras violarla infinitas veces, y se arriesgó a morir encajando todas las balas en su cuerpo sólo por el amor que sentía por ella antes de que la cogiesen. Era un amor distante, pero un amor que para él resultó la propia perdición. Ella aún recordaba el cómo escuchaba los gritos de dolor del asesino gallego al ser atravesado por todas aquellas balas, aunque curiosamente sólo lo empezó a recordar al escuchar de nuevo su voz. Le había prometido que no le olvidaría, y solo pasó un año desde aquello… Y no se acordaba de él. ¿Sería por eso por lo que estaba enfadado y dispuesto a matar a aquel al que él llamaba “El Afortunado de mi Dama” o eran sencillos celos? No lo sabía. Pero debía evitar a toda costa que aquello acabase mal.

Él comenzó a saltar de azotea en azotea, esquivando todas las tejas rotas mientras tiraba a los obreros de sus andamios sin ninguna clase de piedad cuando se metían en su camino, sin llegar a producirles lesiones graves, sólo… Los apartaba. El viento hacía ondear las solapas de la gabardina, revelando así sus vaqueros, el armamento que llevaba dentro de la gruesa prenda de abrigo y la camiseta completamente negra holgada que apenas conservaría desde unos días atrás. Sólo sentía dolor en su corazón, el dolor de haber sido olvidado a pesar de haber “muerto” un año atrás y para aliviarlo, todo eso debía acabar para siempre. Aquel mezquino juego de póker debía acabar, y él tenía todos los ases en su mano. Sólo tenía que echar el full.

Saltó el último edificio y posó sus botas de puntera metálica sobre el canalón de acero, a quince metros de altura sin ninguna clase de temor ni vértigo. Allí estaba aquel… Tramposo que le había convertido en el desafortunado que era ahora. El infeliz, el doliente, aquel jugador que debía recuperar lo que era suyo, aunque tuviese que cometer lo peor que podía hacer. En un pequeño callejón, el vasco estaba apoyado en la pared resguardándose de la lluvia mientras fumaba un cigarro barato, tal vez hecho por él mismo. Era despreciable. Se aprovechó de la situación de su niña, se aprovechó de su miedo para quitarle su virtud, se aprovechó de su miedo para quitarle a él el derecho de poder ser amado por ella, se aprovechó de su miedo sólo por… Placer propio. Ella no le importaba; sino… Habría sido él quien hubiese asesinado a todos aquellos indeseables y habría sido él quien hubiese muerto. No. No se merecía ni el don de vivir. Comenzó a descolgarse por los balcones, con una agilidad más que envidiable y cayó delante de él, mientras él comenzaba a sobresaltarse a pegarse contra la pared.

-Qué tenemos aquí…-Sonrió el gallego con malicia mientras dirigía su mirada al vasco. El paisano tragó saliva. A diferencia de él, el “Afortunado” todavía conservaba su cara de hace un año.-El tramposo esperando a su premio…-Rió, mientras el vasco no podía hacer sino tragar saliva mientras notaba cómo su pelo castaño se erizaba a pesar de lo largo que estaba y la poderosa coleta en la que lo recogía.

-N…No puede… No puede ser…

-¡Oh! ¡Claro que sí lo es! ¿O no me recuerdas, bastardo?-Preguntó con una sonrisa en sus labios. Se arremangó y sin más, golpeó al inútil muchacho en toda la cara, rompiéndole el tabique torciéndoselo sin piedad alguna. Un pequeño chorro de sangre cayó por el morro del vasco y chilló de dolor.-Sólo acabo de empezar…

-¡No, por favor!-Gritó con ese característico acento vasco, mientras él seguía golpeándole sin ninguna clase de piedad. Sólo pensaba en venganza, venganza y más venganza. Venganza por su muerte, venganza por llevarse todo lo que él deseaba, venganza por… Quitarle lo que amaba.

-¡No, no, no!

-¡Grita, grita, nadie te socorrerá!-Rugió, dándole una patada final en la cara manchando sus botas de sangre en cuanto el vasco ya se había encogido de tan cobarde que era. Lo agarró del pelo y estrelló su aguileña cara contra el cubo de la basura de al lado y prácticamente le obligó a comerse los restos que habían echado el día anterior en éste, para luego recibir otra patada en el estómago. El Desafortunado lo agarró por el cuello, levantándole y luego pronunció:

-Requiescat in Pace…-Y metiendo una mano en su gabardina, sacó uno de sus cuchillos, una hoja de acero recién afilada. La clavó en el corazón del “Afortunado” y tras unos segundos de convulsiones, éste cayó muerto empapándose de sangre.

En cuanto ella llegó, se encontró al Afortunado muerto; con su cara deformada de tantos golpes que le había dado el gallego y una frase escrita en sangre en la pared: “Adivina quién.”

Empezó a sollozar. Sus lágrimas se derramaron sobre la deformada cara del despreciable hombre y entonces, escuchó cómo unas botas metálicas golpeaban el granito. Ella se giró entre sollozos y miró al asesino.

-¿Por qué?

-Porque hizo trampas.

-¿Trampas? Es amor.

-Es lujuria.-Rebatió.-Él no hizo nada por sacarte de la fábrica, lo hice yo. Él solo estaba contigo porque le gustaba tu cuerpo.

-Eso no es verdad…-Sollozó, angustiada de oír aquello, y más después de escuchar aquello del asesino. Estaba… Loco.-Él me quería…

-Eso sí que no es verdad. ¿Acaso él moriría por ti? No. He sido yo quien encajó las balas y quien condenó su alma por salvarte, mi vida.

-No me llames así…-Ella giró la mirada borrosa. Aunque estaba horrorizada, el desafortunado… Seguía teniendo su corazón.

-Te llamaré como yo lo vea. Se aprovechó de tu miedo para sacarte todo lo bueno y purgar tu inocencia. Y tú te has olvidado de mí.

-N…No… Digo… Sí, yo…

-No te excuses. Ya veo lo mucho que vales, mi amor.-Y metiendo una mano en la gabardina, sacó el revólver.- Requiescat in pace.-Disparó, fríamente y después se acercó al cadáver de su amada con el pecho agujereado y sangrante. La besó en los labios y luego le susurró al oído:-Nos veremos en la otra vida.-Puso su pistola en su sien.

Todo, todo. Todo había terminado.



1 comentario:

  1. Como ya te dije, tienes una buena forma de escribir, directa al lector y estilísticamente recuerda a los libros épico-medievales.

    Un relato del que comparto los sentimientos, afortunadamente o no. Sigue así! :3

    Elvin

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