martes, 27 de octubre de 2009

Libertad...

Un hombre encadenado. En una cruz. Sus heridas eran claramente visibles, y su mirada vacía, sin sentimiento alguno, y sabía que estariá encadenado a esa cruz para siempre, en aquella sala oscura, con gotas de sangre cayéndole encima de sus hombros y su cabeza, empapando su pelo y no haciendo sino apresarlo aún más en su sangrienta prisión. Una sala oscura, sin una sola pizca de luz y aún menos de esperanza lo mantenía encerrado. Estaba completamente solo, prácticamente pudriéndose y medio muerto. Sus gritos de angustia se escuchaban con cada recoveco en la estancia, aunque nadie los respondía ni iba a ayudarle o brindarle una mano para sujetarse, y aún menos a liberarle de sus cadenas. El frío le recorría la espalda, desde el cuello hasta donde la espalda pierde su casto nombre, y no hacía sino despojarle de todas sus fuerzas para poder liberarse de esas cadenas que lo mantenían preso.

-¿Por qué a mí?-Preguntó, de nuevo en un grito, mientras tiraba de las cadenas, como había hecho desde años atrás, de cuando lo habían apresado para evitar que hiciese más mal.-¿Porqué he sido yo el que hizo tanto mal? ¿No podía haber sido otro?-De nuevo, su voz hizo eco en la sala oscura, sumiéndose de nuevo en ese angustioso silencio que lo estaba volviendo loco. Sin embargo, algo cambió ahí dentro: Una luz tenue empezó a iluminar el suelo lleno de sangre, hasta que ese pequeño haz señaló un trono en frente a él, encima de un montón de calaveras que haciendo unas escaleras, lo alzaban en frente a él, como si estuviesen mirándole fijamente, esperando que ocupase su lugar. El preso respiró hondo, mientras su respiración se agitaba, otorgándole de nuevo fuerzas para poder liberarse él solo, aunque los eslabones eran tan fuertes, que no era capaz de quebrarlos por mucho que tiraba de ellos. Las muñecas comenzaron a sangrar y a mezclarse con la sangre que ya estaba en el propio suelo, mientras su respiración se agitaba segundo tras segundo, luchando por liberarse y salir de nuevo, y sentarse sobre el trono que le correspondía.

“Si lo quieres, lucha por él” Por primera vez en tanto tiempo, una voz se escuchó, sonando como un eco por toda la sala, pero sin artífice material que la haya articulado.

-¿¡Cómo, si estoy apresado!?-Rugió, desesperado el guerrero mientras seguía lesionándose en sus ya de por sí maltrechas manos, a la par que sus músculos no hacían sino estirarse más y más y hacerle todavía más daño, mientras las gotas de sangre que caían del techo seguían recorriendo su cuerpo desnudo, colmándolo de escalofríos.

“Encuentra la forma y el porqué” Respondió la voz, grave y estridente como la de un dios, o como la de un verdadero titán.

-¡No puedo! ¡Estoy solo, no puedo hacerlo!-Exclamó, lastimero, mientras la voz del titán se reía a carcajadas, no sólo haciéndole sentir humillado, sino aún más desamparado. Aquello no era una voz de ayuda, era un caprichoso ente con ganas de pasárselo bien a costa de un prisionero de aquella maldita cárcel inhumana. El pelo ya se le había pegado a la espalda días atrás, y los mechones le tapaban en gran parte los ojos verdes con los que intentaba observar con deseo su trono. Otro rugido de angustia y de nuevo más tirones, el guerrero no podía creerse que le estuviese pasando eso a él, y aún menos que estuviese luchando con semejante frenesí por alcanzar… Algo que no sabía por qué estaba ahí, y que aún menos, sabía para qué iba a servirle, si tanto lo deseaba. Tal vez fuese el espíritu de libertad lo que le movía, tal vez el hecho de que no le siguiesen reteniendo en su oscura y fría prisión de sangre y huesos.

“Encuentra la forma de complacer a tu captor y serás libre” Susurró la voz, antes de desvanecerse, mientras el implacable guerrero seguía luchando por liberarse, aunque se estuviese haciendo más daño con cada tirón que daba.

Su libertad, debía ser de él. Aquel trono, lo esperaba.


Un nuevo escrito del lobo sin manada.

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